Es una gran suerte mantener el citado
tratamiento puesto que, estimados seguidores y lectores, los más comunes pasamos de ser “señoritos”
o “señoritas” a “doña” o “don”, palabras
estas que, sin entrar en más
connotaciones ni merecimientos, se
nos otorgan por una cuestión de edad. Excepto para Esperanza, que sigue siendo “señorita”; como si el folio tras el que camuflaba la sonrisa
en clase impidiera también el paso del tiempo.
Yo tuve la fortuna de conocerla en el curso escolar 1979-1980, y aún
recuerdo con claridad cómo nos hacía declinar en la pizarra. Adolescentes
marcados de acné intentando
articular con corrección vocablos complicadísimos, lo cual le hacía tanta
gracia que a veces le resultaba imposible controlar la seriedad... pero sus ojos
la delataban.
No me pregunten ustedes hoy por la conjugación
de los verbos en latín, pero, en
cambio, podría describirles con todo lujo de detalles su falda negra, su blusa blanca
y sus zapatos negros de tacón, cuya peculiaridad consistía en que se ajustaban
con una correa a la altura del tobillo… Cosas de la edad, como reza la canción
de Modestia Aparte.
Exigente y crítica al máximo; trabajadora
y disciplinada como pocos; culta y ávida de aprender, como nadie, he tenido la suerte de reencontrarla después de quince años de haberla
extraviado, que no perdido. Las
cosas que se quieren nunca se pierden, permanecen con nosotros siempre.
Yo llevaba escribiendo Desde mi Ausencia desde el año
2002, quizás un poco antes, cuando en las listas musicales de radio se
escuchaba Summer Son de Texas. La historia de la novela la tenía muy clara, dictada no sé
si tanto por mi razón como por el alma,
y, como saben, el alma no
se ve, pero se escucha, como se escucha la música.
Una fría tarde del invierno del año
2007 le trasladé mi intención con
la novela. No recuerdo si le expliqué el contenido con detalle pero sí que aceptó
sin vacilar. Por eso les digo a ustedes que no la había perdido, sólo
extraviado.
Así, durante cuatro largos años hemos trabajado con gran tesón y
esfuerzo en el libro, ella lo sabe bien y, de ser “Sita”, se convirtió en “Maestra” por corregirme, por orientarme, por sus consejos, por sus lecciones,
por su paciencia, por trasladarme como un legado el tesoro que encierra su sabiduría.
Nuestro respeto mutuo es exquisito. He
podido desde la madurez apreciar lo que de adolescente no pude ver. Tuve mucha
suerte
de ser su alumno, sí, como tantos
otros de ustedes, pero hoy tengo muchísima más suerte por ser
su compañero, su amigo.
Confieso que, de puertas para afuera,
“la Sita Esperanza” no era “la Sita”, sino “LA ESPERANZA”, y como si algo estuviera ya escrito, su nombre siempre se me representó como la
confianza en que ocurrirá o se logrará lo que uno desea.
Hoy, Desde mi Ausencia es una
bellísima realidad.
Muchas gracias, Maestra.
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