domingo, 1 de enero de 2012

“De “Sita” a “Maestra”…”

Muchos de ustedes, lectores y seguidores de nuestro blog, saben de quién  hablo cuando me refiero a la "Sita" Esperanza.  Todavía hay antiguos alumnos que así se refieren a ella.

Es una gran suerte mantener el citado tratamiento puesto que, estimados seguidores y lectores,  los más comunes pasamos de ser “señoritos” o “señoritas”  a “doña” o “don”, palabras estas que, sin entrar en más connotaciones  ni merecimientos, se nos otorgan por una cuestión de edad.  Excepto para Esperanza, que sigue siendo “señorita”;  como si  el folio tras el que camuflaba la sonrisa en clase impidiera también el paso del tiempo.

Yo tuve la fortuna de conocerla  en el curso escolar 1979-1980, y aún recuerdo con claridad cómo nos hacía declinar en la pizarra. Adolescentes marcados de acné  intentando articular con corrección vocablos complicadísimos, lo cual le hacía tanta gracia que a veces le resultaba imposible controlar la seriedad... pero sus ojos la delataban.  

No me pregunten ustedes hoy por la conjugación de los verbos en latín,  pero, en cambio, podría describirles con todo lujo de detalles su falda negra, su blusa blanca y sus zapatos negros de tacón, cuya peculiaridad consistía en que se ajustaban con una correa a la altura del tobillo… Cosas de la edad, como reza la canción de Modestia Aparte.

Exigente y crítica al máximo; trabajadora y disciplinada como pocos; culta y ávida de aprender, como nadie, he tenido  la suerte de reencontrarla  después de quince años de haberla extraviado, que no perdido.  Las cosas que se quieren nunca se pierden, permanecen con nosotros siempre.

Yo llevaba escribiendo Desde mi Ausencia  desde el año 2002, quizás un poco antes, cuando en las listas musicales de radio se escuchaba Summer Son de Texas.  La historia de la novela la tenía muy clara, dictada no sé si tanto por mi razón como por el alma,  y, como  saben, el alma no se ve, pero se escucha, como se escucha la música.  

Una fría tarde del invierno del año 2007  le trasladé mi intención con la novela. No recuerdo si le expliqué el contenido con detalle pero sí  que aceptó sin vacilar. Por eso les digo a ustedes que no la había perdido, sólo extraviado.

Así, durante cuatro largos años  hemos trabajado con gran tesón y esfuerzo en el libro, ella lo sabe bien y, de ser “Sita”, se convirtió en “Maestra”  por corregirme, por orientarme, por sus consejos, por sus lecciones, por su paciencia, por trasladarme como un legado el tesoro que encierra su sabiduría.

Nuestro respeto mutuo es exquisito. He podido desde la madurez  apreciar lo que de adolescente no pude ver. Tuve mucha suerte de ser su alumno, sí,  como tantos otros de ustedes, pero hoy tengo muchísima más suerte por ser su compañero, su amigo.

Confieso que, de puertas para afuera, “la Sita Esperanza” no era “la Sita”, sino “LA ESPERANZA”,  y como si algo estuviera ya escrito, su nombre siempre se me representó como la confianza en que ocurrirá o se logrará lo que uno desea.

Hoy, Desde mi Ausencia es una bellísima realidad.  

Muchas gracias,  Maestra.  

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