De momento, no conozco a nadie,
absolutamente a nadie que no valore su vida, que no luche por ella, que no
procure mantenerla. ¿Y cómo no, si es lo único que tenemos mientras vivimos?
¿De qué vale luchar o conseguir todo lo demás, si no estamos vivos? La vida,
amigos y amigas, es conditio sine qua non…
Siendo esto así, no
necesitaríamos a nadie que defienda o abogue por nuestra vida, jurídicamente
hablando, aunque el artículo 15 de la Constitución afirme que todos los
españoles tenemos derecho a ella. La cuestión se plantea en torno al “qué
entendemos por ser vivo”.
Pero no pretendemos entrar en
controversias, y no por falta de compromiso o valentía, sino porque, de la
misma manera que no salimos diariamente a la calle portando bajo el brazo los
dos voluminosos libros del Derecho Civil, y, sin ellos, somos capaces de vivir,
crecer y relacionarnos, y morir, tampoco necesitamos consultar las leyes, ni profundizar
y discrepar si una célula es un ser vivo o hay que esperar más o menos tiempo.
Esas sutilezas son demasiado alejadas de nuestra cotidianidad, del día a día.
Ese día a día que VIVIMOS y queremos seguir VIVIENDO. Y además, exigimos que
nos permitan que así sea, que no lo obstaculicen, que no lo impidan. La vida
debe estar unida a la libertad, el primero de los atributos divinos que se nos
ha regalado para que lo usemos, teniendo en cuenta los límites naturales del
mismo: justamente, donde empiezan los derechos de los demás.
Cierto. Nuestra novela es un
canto a la vida desde sus orígenes. Porque en esos orígenes está la razón por la
que ahora vivimos. Parece una perogrullada, pero no lo es. Y ese canto
apasionado a la vida es para nosotros, más allá de todo, una cuestión ética, de
conciencia, de principios, de valores, de educación. Nace de nuestro cerebro,
de nuestro corazón y de nuestra voluntad, por encima de las leyes que puedan
dictar los hombres, quienes, precisamente como humanos, están llamados a acertar,
pero también a equivocarse, total o parcialmente.
Nuestra novela es un “canto por”,
“una defensa de”, por encima de un “alegato contra”, “un ataque a”. Porque
preferimos defender a acusar. Porque preferimos el “antes de”, al “después de”.
Porque preferimos prevenir que curar. Porque preferimos la educación en valores
al castigo de las leyes.
Muchos dirán que, si no es lo
mismo, al menos lo parece. De acuerdo. Pero tampoco es lo mismo “parecer” que
“ser”.
La comida en su punto. Las cosas,
también.