Claro está, “románticos” en la verdadera acepción de
la palabra, en lo que significaba ser romántico en Europa, en las postrimerías
del siglo XVIII y en la primera mitad del XIX.
Insisto, ¿quiénes de nuestros lectores son así de
“románticos” en el siglo XXI?
Recordemos que todos los movimientos que se han dado
en la historia del mundo no han surgido por generación espontánea, como las flores silvestres
en un prado. Siempre hay motivaciones que han influido en el cambio de
mentalidad: históricas, geográficas, filosóficas, morales, sociales,
religiosas, económicas…. Y todos esos elementos, metidos en la coctelera de
cada época, han configurado un modo de ser, un modo de sentir, que afectaba a
la generalidad, pero en distintos grados, pues influye igualmente el modo de
ser, los conocimientos, la experiencia, las inquietudes. Cada uno es cada uno, y dos, una pareja, como dice la burlesca
sabiduría popular que acaba convirtiéndose en tópico.
Ser un empedernido romántico, fiel al movimiento
original, no consiste en dejarse llevar por el amor a ultranza; no consiste en
que se nos pueble el mundo de alitas multicolores y pétalos de rosa, de
sonrisas bobaliconas y estallido de besos, como en las postales antiguas. No,
todo lo contrario. El romántico es un sentimental, sí, pero en el amor patina
como la Pavlova, tal vez no tan artísticamente. Si el amor prospera, crece y
fructifica, no será un presupuesto romántico, porque, aunque idealistas, los
sufridos enamorados padecieron el
mal de amores, que incluso les llevó a la muerte por suicidio. Recordemos el
Werther de Goethe, protagonista de su obra inmortal, que ejecutando un ritual
se quita de este mundo, y cuyo ejemplo suscitó la imitación de muchos jóvenes
desengañados, que llegaban a adoptar hasta la misma indumentaria, el mismo
ritual para quitarse de en medio… Ser un empedernido romántico supone abogar
por la libertad intensamente, y tampoco les fue bien… Porque en realidad
siempre nos tenemos que atar los machos y someternos a muchas imposiciones,
aunque no estemos de acuerdo. De entrada, nuestra libertad acaba cuando invade
la de los demás, cosa muy puesta en razón, y no cabe el empecinamiento. Una
cosa es ser libre, y otra sentirse un Dios en posesión de la verdad siempre,
sin atender más razones que nuestro “yo”, porque nos convertiremos en
irracionales egoístas, fuera de onda. Juguetes de un destino que nos persigue.
Abogaron los románticos por el sentimiento, por encima
de la razón, como don Quijote, encaramado en Rocinante y en su idealismo, que
llegó a ser motivo de burla en una época que de romántica tenía muy poco. Así, en
este movimiento se ningunean los personajes reales, de carne y hueso, y las
calles de la literatura se llenaron de mendigos, verdugos, conspiradores,
amantes sacrílegos, bandoleros, rompedores e iconoclastas –con la excepción de
los románticos tradicionales, que respetaban la historia patria y la religión-.
La mayoría fueron liberales acérrimos que no dejaban títere con cabeza: lucharon
contra la monarquía autoritaria, con las normas que constreñían su
individualismo, su creatividad.
Así acabaron. El movimiento romántico fue intenso, pero efímero.
Por eso vuelvo a preguntar, ¿quién es así de romántico
hoy?
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