martes, 20 de marzo de 2012

¿QUIÉNES DE NUESTROS LECTORES SON ROMÁNTICOS? Veamos…


Claro está, “románticos” en la verdadera acepción de la palabra, en lo que significaba ser romántico en Europa, en las postrimerías del siglo XVIII y en la primera mitad del XIX.

Insisto, ¿quiénes de nuestros lectores son así de “románticos” en el siglo XXI?

Recordemos que todos los movimientos que se han dado en la historia del mundo no han surgido por generación  espontánea, como las flores silvestres en un prado. Siempre hay motivaciones que han influido en el cambio de mentalidad: históricas, geográficas, filosóficas, morales, sociales, religiosas, económicas…. Y todos esos elementos, metidos en la coctelera de cada época, han configurado un modo de ser, un modo de sentir, que afectaba a la generalidad, pero en distintos grados, pues influye igualmente el modo de ser, los conocimientos, la experiencia, las inquietudes. Cada uno es cada uno, y dos, una pareja, como dice la burlesca sabiduría popular que acaba convirtiéndose en tópico.

Ser un empedernido romántico, fiel al movimiento original, no consiste en dejarse llevar por el amor a ultranza; no consiste en que se nos pueble el mundo de alitas multicolores y pétalos de rosa, de sonrisas bobaliconas y estallido de besos, como en las postales antiguas. No, todo lo contrario. El romántico es un sentimental, sí, pero en el amor patina como la Pavlova, tal vez no tan artísticamente. Si el amor prospera, crece y fructifica, no será un presupuesto romántico, porque, aunque idealistas, los sufridos enamorados  padecieron el mal de amores, que incluso les llevó a la muerte por suicidio. Recordemos el Werther de Goethe, protagonista de su obra inmortal, que ejecutando un ritual se quita de este mundo, y cuyo ejemplo suscitó la imitación de muchos jóvenes desengañados, que llegaban a adoptar hasta la misma indumentaria, el mismo ritual para quitarse de en medio… Ser un empedernido romántico supone abogar por la libertad intensamente, y tampoco les fue bien… Porque en realidad siempre nos tenemos que atar los machos y someternos a muchas imposiciones, aunque no estemos de acuerdo. De entrada, nuestra libertad acaba cuando invade la de los demás, cosa muy puesta en razón, y no cabe el empecinamiento. Una cosa es ser libre, y otra sentirse un Dios en posesión de la verdad siempre, sin atender más razones que nuestro “yo”, porque nos convertiremos en irracionales egoístas, fuera de onda. Juguetes de un destino que nos persigue.

Abogaron los románticos por el sentimiento, por encima de la razón, como don Quijote, encaramado en Rocinante y en su idealismo, que llegó a ser motivo de burla en una época que de romántica tenía muy poco. Así, en este movimiento se ningunean los personajes reales, de carne y hueso, y las calles de la literatura se llenaron de mendigos, verdugos, conspiradores, amantes sacrílegos, bandoleros, rompedores e iconoclastas –con la excepción de los románticos tradicionales, que respetaban la historia patria y la religión-. La mayoría fueron liberales acérrimos que no dejaban títere con cabeza: lucharon contra la monarquía autoritaria, con las normas que constreñían su individualismo, su creatividad.  Así acabaron. El movimiento romántico fue intenso, pero efímero.

Por eso vuelvo a preguntar, ¿quién es así de romántico hoy? 

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