Poner el título adecuado a un libro, sobre todo cuando es literario, no es fácil. De siempre me he sentido atraída por los que me resultan sugerentes y bellos per se. Tal es es el caso de El Dios de la lluvia llora sobre Méjico, Por quién doblas las campanas, La sombra del viento, Como agua para chocolate, y un largo et cétera que sería largo de recoger. En cualquier caso, he de confesar mi poca intuición para encontrar lo que busco, y acabo por relegar al final la tarea, cansada de dar vueltas a distintas opciones.
Hablemos de Desde mi Ausencia, por cuyo título nos decantamos los autores tras estudiar la nutrida relación que cada uno proponía. Ausencia es palabra delicada, fonéticamente grata al oído, cadenciosa, pero semánticamente conlleva una connotación dolorida de nostalgia, de melancolía, de soledad, de abandono y de tristeza. Ausencia es antónimo de Presencia, término el último que enlaza con el momento, con el presente, con la objetiva realidad de nuestro mundo. Podemos sentir la ausencia de personas y de objetos, tanto concretos como abstractos, y siempre supone la asunción de que nos falta algo, y de que esa carencia nos provoca la triste sensación de que estamos incompletos, mutilados. Y supone también echar una mirada atrás, como si lo que pretendemos encontrar se hubiese perdido en el camino.
Paradójicamente, en nuestro libro no hay mayor presencia que la de la ausencia, si me permite el juego de palabras. No voy a desvelar los arcanos del relato, pues sería tanto como contarles quién es el asesino en una novela de Agatha Christie... Mi intención ha sido proponerles un reto: que justifiquen nuestro acierto o nos hagan ver nuestro desacierto a la hora de elegir el título, argumentando sus razones. Lo que sí puedo hacer es garantizarles que van a encontrar en sus páginas las connotaciones que he apuntado anteriormente: un dolorido sentir -como decía nuestro Antonio Machado-, una sensación de no estar completo, una agridulce nostalgia por lo que no se tiene, por lo que nos falta, con la consiguiente tensión de intentar hallarlo algún día. Y esa tensión permanente alimentará la esencia de nuestra novela, hará que el tiempo fluya, avanzando por el presente o retrocediendo al pasado, en una incesante búsqueda de la presencia, pero, eso sí: desde la propia ausencia.
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